El Monasterio de San Isidoro del Campo es una joya medieval que cuenta en su interior con lugares cargados de historias. De hecho, la leyenda cuenta que bajo el monasterio se encontraba un colegio fundado por San Isidoro y, sobre este, una ermita mozárabe que albergaba los restos del santo.
Fue fundado por Guzmán el Bueno en 1301 como panteón familiar y hoy en día sigue sirviendo para el enterramiento de su linaje, siendo la última tumba de 2017. El monasterio fue dado por Guzmán el Bueno a los Cistercienses para que estos rezaran por su alma, y estuvieron unos cien años, hasta que fueron remplazados por los Jerónimos ermitaños de López de Olmedo. Esta orden fue la encargada de decorar pictóricamente el monasterio, ya que los cistercienses eran una orden tan austera que solo contaban con un cristo crucificado como decoración. Fue un importante foco de protestantismo y varios monjes tuvieron que huir porque fueron perseguidos por la Santa Inquisición, ya que estaban leyendo y traduciendo libros prohibidos, como la Biblia del Oso. Fue entonces cuando el rey Felipe II expulsó a esta orden y dio el monasterio a los Jerónimos que estuvieron hasta su desamortización.
En el siglo XIX se dedicó entre otras cosas a fábrica de malta y a cárcel de mujeres, por lo cual el monasterio sufrió importantes deterioros, pero, tras la restauración de 2002, volvió a abrir sus puertas para que todos podamos disfrutar de las joyas que hay en su interior, como el retablo de Martínez Montañés, considerándose su San Jerónimo la obra cumbre de su producción.